Bajo unas escaleras. Le doy de comer a la máquina que, maldita, se deleita con el sabor del ticket sabiendo que tengo prisa. Lo escupe con un chirrido tras valiosos segundos (que una servidora decidió emplear en desesperarse: "que voy a perder el marítim jodeeerrrr"). Lo escupe, pero por la misma hendidura por la que lo había introducido. Pues no me da la gana esperar.
Salvado el obstáculo, bajo más escaleras (con una tía de las de la cabina gritando detrás mía, por haber pasado discretamente tras un gentil caballero). Me escondo, jadeando, junto a la máquina de Coca-Cola . Salvada, soy invisible, ¡ja!, estoy perfectamente camuflada: mi camisa, mi mochila y la máquina son del mismo color. Y espero con ansia la llegada de una de esas gigantescas latas rodantes para personas.
He llegado a la conclusión de que cuando bajamos al metro, se produce un pliegue espacio-temporal o alguna chorrada de éstas del universo. No nos habíamos percatado, pero el metro es una dimensión aparte.
Cuando bajas al metro, el tiempo se atrofia. Sufre un amorcillamiento o yo que sé qué hostias le pasa. Un minuto, que en la superficie de nuestro mundo pasa sin notarse; bajo tierra se alarga de tal manera que crees que alguien le ha dado al "Pause". Da la impresión de que formas parte de los cobayas con los que están probando una máquina del tiempo, y a ésta se le acaban de fundir los plomos .
Sí, ya lo sé: a menuda conclusión he llegado, pero es lo que pasa en el metro, que te da por pensar... (gilipolleces , cabe aclarar).
Claro, como no se tiene otra cosa mejor que hacer (mejor no hacer nada raro que los del experimento están observando), te da por mirar a la gente. Todos ahí parados, eeeheheheeee... perfectos para ser sometidos al vicky-escáner. Analizas a cada persona, y te das cuenta de que los roles se repiten.
Entre otros, destacan el guarro y las viejas.
En cada metro, siempre estará presente un guarro. El tío, pese a que el vagón está abarrotado, se encuentra de lo más ancho. Pensará: "mmm, mi eau de toilette Tengo-tanta-roña-encima-que-el-equipo-actimel-yace-en-paz funciona". Se levanta la camiseta y se rasca el ombligo sin percatarse de lo repulsivo que puede llegar a ser ese gesto . Sacude su frondosa melena al viento cual chucho mojado. Noto que se me ha metido algo en el ojo, me rasco, aparto el dedo y lo separo para ver qué era tan molesto proyectil. Un piojo me grita indignado, por haber sido echado tan inesperadamente de su lujoso adosado capilar.
Molesta por la injusta reprimenda del piojo, miro hacia otro lado.
Viejas (mujeres mayores si lo preferís, pero no lo uso en plan peyorativo). Por todas partes, y la gran mayoría (mi abuela no se merece que la meta en este saco) son exactamente iguales. Van en grupos grandes, para intimidar. Algunas deben creerse sioux en guerra a juzgar por sus pinturas. Acaba de parar el metro en Colón, pero la abuela-jefe-sioux ya va regruñendo que dejen paso que se tienen que bajar en Alameda.
- Bueno, tranquila, señora, ya nos apartaremos después, que aún no hemos llegado. - dice una mente sabia.
- ¡Hijo, déjanos pasar, que ya estamos mayores!- deben pensarse que lo de "somos mayores" es como si enseñaran un carnet del FBI y tuvieras que retroceder aterrorizado, sentirte culpable y traerles un sorbete, de paso, puestos a pedir...
- ¿No ve que no puedo moverme, señora? - la mente sabia intenta iluminar a la señora sin éxito.
¡Y ahí entra en juego el resto de viejillas!
- ¡Qué juventud ésta!- dice una.
- Ya no respetan nada!- la respalda la otra. Y todo el viajecito así, dándose la razón unas a otras con unas voces de una frecuencia impensable, hasta que finalmente se bajan del vagón entre empujones (se les escapa algún intento de capón a la mente sabia).
El metro no es aburrido, no, no, no.
Y no es cierto que tenga un efecto deprimente sobre los que lo usamos. La gente va seria, ¿y qué?, ¿es que cuando uno va solo por la calle, va descojonándose como si de una Heidi fumeta se tratase? Es mucho más normal sonreír, claro. Si fuésemos todos sonrientes sería mucho más tranquilizador, por supuesto. Todo lleno de gente que no se conoce de nada y que; sin embargo, sonríe histéricamente, de oreja a oreja, sin motivo alguno.
¡Eso da miedo, joder! Pareceríamos unos psicópatas! (Aún más)
El metro es un universo aparte.
Un universo intrincado del que seguiré hablando otro día (que mis dedos necesitan un descanso).
Salvado el obstáculo, bajo más escaleras (con una tía de las de la cabina gritando detrás mía, por haber pasado discretamente tras un gentil caballero). Me escondo, jadeando, junto a la máquina de Coca-Cola . Salvada, soy invisible, ¡ja!, estoy perfectamente camuflada: mi camisa, mi mochila y la máquina son del mismo color. Y espero con ansia la llegada de una de esas gigantescas latas rodantes para personas.
He llegado a la conclusión de que cuando bajamos al metro, se produce un pliegue espacio-temporal o alguna chorrada de éstas del universo. No nos habíamos percatado, pero el metro es una dimensión aparte.
Cuando bajas al metro, el tiempo se atrofia. Sufre un amorcillamiento o yo que sé qué hostias le pasa. Un minuto, que en la superficie de nuestro mundo pasa sin notarse; bajo tierra se alarga de tal manera que crees que alguien le ha dado al "Pause". Da la impresión de que formas parte de los cobayas con los que están probando una máquina del tiempo, y a ésta se le acaban de fundir los plomos .
Sí, ya lo sé: a menuda conclusión he llegado, pero es lo que pasa en el metro, que te da por pensar... (gilipolleces , cabe aclarar).
Claro, como no se tiene otra cosa mejor que hacer (mejor no hacer nada raro que los del experimento están observando), te da por mirar a la gente. Todos ahí parados, eeeheheheeee... perfectos para ser sometidos al vicky-escáner. Analizas a cada persona, y te das cuenta de que los roles se repiten.
Entre otros, destacan el guarro y las viejas.
En cada metro, siempre estará presente un guarro. El tío, pese a que el vagón está abarrotado, se encuentra de lo más ancho. Pensará: "mmm, mi eau de toilette Tengo-tanta-roña-encima-que-el-equipo-actimel-yace-en-paz funciona". Se levanta la camiseta y se rasca el ombligo sin percatarse de lo repulsivo que puede llegar a ser ese gesto . Sacude su frondosa melena al viento cual chucho mojado. Noto que se me ha metido algo en el ojo, me rasco, aparto el dedo y lo separo para ver qué era tan molesto proyectil. Un piojo me grita indignado, por haber sido echado tan inesperadamente de su lujoso adosado capilar.
Molesta por la injusta reprimenda del piojo, miro hacia otro lado.
Viejas (mujeres mayores si lo preferís, pero no lo uso en plan peyorativo). Por todas partes, y la gran mayoría (mi abuela no se merece que la meta en este saco) son exactamente iguales. Van en grupos grandes, para intimidar. Algunas deben creerse sioux en guerra a juzgar por sus pinturas. Acaba de parar el metro en Colón, pero la abuela-jefe-sioux ya va regruñendo que dejen paso que se tienen que bajar en Alameda.
- Bueno, tranquila, señora, ya nos apartaremos después, que aún no hemos llegado. - dice una mente sabia.
- ¡Hijo, déjanos pasar, que ya estamos mayores!- deben pensarse que lo de "somos mayores" es como si enseñaran un carnet del FBI y tuvieras que retroceder aterrorizado, sentirte culpable y traerles un sorbete, de paso, puestos a pedir...
- ¿No ve que no puedo moverme, señora? - la mente sabia intenta iluminar a la señora sin éxito.
¡Y ahí entra en juego el resto de viejillas!
- ¡Qué juventud ésta!- dice una.
- Ya no respetan nada!- la respalda la otra. Y todo el viajecito así, dándose la razón unas a otras con unas voces de una frecuencia impensable, hasta que finalmente se bajan del vagón entre empujones (se les escapa algún intento de capón a la mente sabia).
El metro no es aburrido, no, no, no.
Y no es cierto que tenga un efecto deprimente sobre los que lo usamos. La gente va seria, ¿y qué?, ¿es que cuando uno va solo por la calle, va descojonándose como si de una Heidi fumeta se tratase? Es mucho más normal sonreír, claro. Si fuésemos todos sonrientes sería mucho más tranquilizador, por supuesto. Todo lleno de gente que no se conoce de nada y que; sin embargo, sonríe histéricamente, de oreja a oreja, sin motivo alguno.
¡Eso da miedo, joder! Pareceríamos unos psicópatas! (Aún más)
El metro es un universo aparte.
Un universo intrincado del que seguiré hablando otro día (que mis dedos necesitan un descanso).
7 comentarios:
Ese retrato de las "adorables viejecitas" es taaaan exacto... ¿nunca te ha pasado que te intenten tiran del asiento por ser joven, aunque lleves una muleta? (no sé, igual la llevaba por decoración)
GENIAL, GENIAL, GENIAL.
Cristi, la gran escritora y diseñadora, consigue dejar a los lectores sin palabras y con una sonrisa en las labios.
Qué domino de la descripción, qué facilidad para retratar vivencias cotidianas, ¡¡¡cuánto humor bien llevado!!!
Sencillamente perfecto, la espera ha valido la pena y no nos ha defraudado (aunque nunca nadie ha dudado de ello).
Laia Gege. Crítica literaria, aire acondicionado en sus ratos libres. Life's Good.
hmhyog
Anonadado, apabullado y lo que es mas aún, muy gratamente sorprendido me he quedado tras leer esta tu descripcion del pequeño universo (o realidad alternativa, vaya usted a saber) que es el metro de valencia.
Me alegra decir que la mayoria de los hechos que has relatado no han sido presenciados por mis ojos, lease, "el guarro" y "la vieja" (si mi vendetta con el duo mortal-de-necesidad "billete-máquina rebelde", que sigue abierta muy a mi pesar).
Lo dicho hermana, sabia que disponias de una facilidad natural para tratar las palabras, pero esto que muestras.....es arte, mi mas sentida enhorabuena
Anonadada, apabullada y lo que es más aún, muy gratamente sorprendida me he quedado tras leer tu comentario.
Nunca pensé que imaginar a todo el mundo sonriendo pudiera dar tanto miedo jajajaja
Muy buena reflexión.
a mi no m daría nada de miedo ver a todo el mundo sonriendo ¡'¡'¡'¡
claro que quizá sea por esa conducta que roza la psicopatía que me han detectado en mis últimas visitas al loqu.e.... al psicólogo... ejem...
el trastorno de personalidad no es algo tan serio como parece, está sobrevalorado...
suerte y salud¡¡
sonreír cuando vas en el metro causa una tan extraña como efímera paz interior, es como transmitir buen rollo a los desconocidos por unos segundos, justo antes d k pongan cara d asco y negación.
byeeeeee''¡¡'¡'¡'¡'
Joder! Que bien que escribes!
Eres la mejor escritora que he leido...mucho mejor que Isabel Clara Simó. (Aunque mejor que esa no es difícil)
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