jueves, 31 de julio de 2008

La tentación is in the air

Tímidos destellos me llamaban desde el otro lado del cristal. Morados, azules, plateados. Mis ojos refulgían complacidos entre tanta pequeña maravilla. Un anillo de una finura exquisita trataba de seducir a mis dedos (casi había la misma tensión sexual que entre Frodo y el Anillo Único).

Lamentablemente, mi bolsillo no me acompañaba esa mañana, así que pensé en volver por la tarde con refuerzos. ¡Es que, encima, si comprabas un artículo te podías llevar otro que valiese lo mismo!

Cuando volví a casa, busqué a mi madre, impaciente por contarle mi descubrimiento:

- ¡Mamá, mamá, tenemos que pasarnos por A.J.! ¡Que si te compras una cosa te dan otra de igual o menor valor!

- Bueno, ¿pero qué necesitas? – sabia pregunta.

- Pues, es que habías cosas muy chulas…… Nada, por comprarme algo……(engranajes chirriando)…..… que no voy a usar… Vale.




¡Puf! El consumismo casi se hace con el control de mi mente por un segundo. Me zafé (con ayuda), una vez más, de sus tentadoras garras.

Salvada.

Por una mujer práctica: Mi madre. (Mirada solemne al horizonte inclusive)

Yeahhh

martes, 29 de julio de 2008

sábado, 26 de julio de 2008

Calor glacial

26 de julio.

1.30 del mediodía.

Día perfecto: Sol, pocas nubes (y las que hay arrojan una agradecida sombra) y… un caloruzo que te cagas (notaba cierto olor a asado, tras mirar alrededor y cerciorarme que lo único que tenía a mi alrededor eran naranjos, me di cuenta que el olor procedía de muá).

Pese a estar asándome viva por ir en bici a horas poco recomendables, pese a estar cansada y sudando, mi piel no parece inmutarse: siempre fiel a la Antártida a saber porqué, estaba fría al tacto.


Nunca he entendido el motivo: supuestamente tengo la sangre caliente; pero igual el destino se burla de mí y quiere mostrarme que mi propósito en la vida es salvar a inocentes en nombre de Icewoman.

No es que haya salvado al mundo de malhechores, pero algunos ya han sacado partido de esta… digamos, característica mía. ¿A quién creéis que recurren cuando el calor nos azota y necesitan refrigerio? Ya va una servidora en su auxilio, colocando las manos en sendas mejillas. Resultado obtenido: Aaaaaay, qué gustito… (Misión cumplida).

Y aunque esté cansada, aunque mis mejillas sirvan estén tan encendidas que no necesite chaleco reflectante, pese a sentir que mis piernas arden por dentro; seco el escaso sudor que resbala lentamente, me toco y sigo igual: fría al tacto (a ver, no gélida, pero sí más fría de lo que debería).


El sudor es el mecanismo que tiene el cuerpo para combatir un aumento en la temperatura del cuerpo. Si lo pienso, no sudo mucho porque la temperatura no está muy alta, es pura lógica. No está mal no sudar mucho, pero he llegado a sentirme mal por que estas diminutas gotas saladas no quisieran manar cuando debían hacerlo: ¿Es que no estoy haciendo bastante ejercicio? ¿No me esfuerzo lo suficiente? Si estoy cansada, hostias!! Tol mundo chorreando y yo con una gotilla recorriendo mi frente…



Si en verano no estoy muy caliente al tacto, en invierno ya... mis dedos no son de carne y hueso, son estalactitas de hielo amoratado. Mis dedos adquieren una apariencia de morcillas finas un tanto sospechosas; mis extremidades en general, un morado pálido o rojo encendido.

¡Así que no temáis, habitantes del mundo! Para cuando lleguemos a los 50 grados a la sombra, yo ya habré desarrollado mis poderes latentes y os refrescaré el culo con un rayo helado.

*

*

*

Nota: No temáis por vuestro sano juicio si creéis ver a Rudolph en invierno: soy yo.

jueves, 17 de julio de 2008

Chiripitifláutico

Son fascinantes las palabras. ¿Qué seríamos sin ellas?

Nada. (Joer, qué radical, Cris, tampoco te pases)

Simplemente no seríamos lo que somos.


Con ellas somos capaces de exteriorizar lo que ronda nuestras cabezas (cabecita, en mi caso) y lo que ocurre a nuestro alrededor: desde la tremenda desgracia de romperse una uña hasta intentar explicar la teoría de algún físico de nombre impronunciable.

Las palabras constituyen la primera toma de contacto con desconocidos. Es el nexo que nos ata a otras personas cuando todavía no lo han hecho otros lazos. Ese intercambio de información puede revelarte la forma de pensar de alguien y acrecentar tu interés en él/ella, puede mostrarte que ese individuo no tiene nada que aportarte.

Por supuesto, la calidad es preferible a la cantidad:

- Torrente incesante de palabras: cansino

- Algún comentario mordaz: podría ser interesante conocerle…


Una conversación amena o intensa favorecerá que éstas se repitan, y a partir de ahí, quién sabe, a este nexo... emm... racional, digamos, se le podría acabar uniendo otro lazo menos racional y más fuerte. Y esta doble atadura ya es más difícil de romper: estas dos personas ya compartirán algo más que palabras (entiéndase amistad, amor, whatever...). Si el lazo de las palabras se rompe, todavía quedará el otro, manteniendo la unión mientras da tiempo a anudar el de las palabras.


Una inocente conversación puede influir en nosotros más de lo que pensamos, para bien o para mal: Puede que te haga cambiar de opinión, ver otro punto de vista, que te mejore el día, que lo empeore…

Son fascinantes las palabras…

Sin embargo; hay veces que el silencio es la mejor opción.


martes, 8 de julio de 2008

Zzz

La vida está llena de ironías.

Lo sabemos.

Lo asumimos.

¡Pero no por eso resulta menos irritante!


Ahora que no tengo nada (obligatorio) que hacer, ahora que puedo disfrutar de esos deliciosos momentos en la cama en que la consciencia raya la inconsciencia; que estás dormido pero lo suficientemente despierto como para dirigir ese último sueño hacia el final que te plazca; justamente ahora que podría quedarme ahí tirada hasta la 1… no tengo ganas. Me despierto sin sueño.

¡Joer, no merezco tal crueldad! (Y si lo hago, tampoco voy a admitirlo)

Cuando tengo que madrugar tengo que hacer un esfuerzo titánico por sacar un pie de la cama (el resto del cuerpo le sigue, arrastrándose lastimosamente por el suelo hasta llegar a la ropa). En cambio, cuando tengo vacaciones, cuando no he dormido una mierda porque la noche anterior fue noche de excesos; entonces ¡me despierto pronto y sin sueño! AAarrGghh


Evidentemente, quien lea mis pésimas divagaciones dirá: "uuu menudo sufrimiento, si eso es sufrir, yo también quiero… ¡deja de llorar, que tú no tienes que deslomarte la espalda, pasar tropecientas horas de pie sirviendo copas y aguantar al ceporro que tengo por jefe!"

Pero, ¡ah! En estos calurosos y soleados días, no tengo nada mejor de lo que quejarme.


Aaah, adoro el verano…

lunes, 7 de julio de 2008

Good bye Pinzon!

Si cogía el metro iba a llegar tarde y ni siquiera sabía en qué aula era el examen, así que decidí sentirme importante unos durante unos 15 minutos dándole órdenes a mi chófer momentáneo.

Al bajar del taxi me sentí considerablemente más ligera. A mis espaldas, el billete de 10 euros que ya no me pertenecía golpeaba el cristal con desesperación: “No me abandoneees”. Le respondí agitando un pañuelo blanco (moqueado) y una mirada de “la vida es así”.

Me encaminé al que sería mi último examen antes del verano.


Cuál fue mi sorpresa cuando, junto al segundo profesor más pervertido que he conocido nunca, se encontraba el mismo Adonis en persona. ¡Bajado directo del Olimpo! A mis oídos llegó que se trataba del profesor de Expresión Gráfica de las tardes. ¡Maldita sea! ¡A buenas horas me entero!

Saqué mi material de dibujo: un escalímetro (no me había molestado en buscar mi regla), un compás (de largo como mi dedo meñique, tampoco me había molestado en buscar uno más decente) y un cartabón (la escuadra…puf, supongo que estaría por mis cajones).

Empezó el examen.

Sólo se oía el grafito garabateando y las reglas cambiando de posición. Y algo más. Como… como un goteo. Miré hacia abajo y vi mi A3 empapado de saliva. Me apresuré a limpiarlo. Quedó muy artístico: El alzado, planta y perfil ahora parecía una mancha de ésas que usan los psicoanalistas. Particularmente, yo veía una soberana mierda; sin embargo, guardaba la esperanza de que el Pinzón viese en la lámina un nuevo Picasso.

El goteo no cesaba, ¡pero si ya había cerrado la boca!

Levanté la vista. Todos se habían quedado con cara de alelaos (y cuando digo todos, es que incluyo también al género masculino). Todos contribuyendo a la creación de pequeñas cascadas y riachuelos salivales.

El chico se paseaba, inconsciente de las pasiones que estaba levantando entre tanta hormona suelta. Noté que se detenía cerca de mí - Spletch-spletch-spleeeetch -. ¿Qué hago para llamar su atención? Pensé en girarme y sonreírle de la manera más seductora (y de paso conseguir que no mirase la penosidad que tenía por examen). Me dispuse a contraer los músculos adecuados para esa sonrisa radiante (como la de la foto, sí), pero Adonis bloqueó mi mente y lo único que conseguí fue torcer torpe y patéticamente la boca.

No me extraña que siguiese con su paseo nada más verme…

Nadie se había percatado de la ausencia del Pinzón hasta que, cuando quedaba media hora para acabar el examen, entró en el aula con la gracia de un mamut reumático. Consecuencia: mi querido Adonis nos dejó a su merced. ¡Se fue! ¡Sin más! ¿¡Por quééé?! Me sentí como mi billete de 10 euros.

L La media hora transcurrió lenta y cansinamente. Tras estamparle mi neoPicasso al palurdo ese en la cara, salí con andares ligeros del aula (casi me la hostio con la saliva del suelo), mientras escuchaba – esperemos que por última vez- la repelente voz ebria del Pinzón:
- (Com es diu? Ah, sí: esmolaor) Deniu que esmolar els llapisoss per a fer els sírculs bé!! Però que ningú a sigut de la tuna, xe?