sábado, 31 de mayo de 2008

Verdadero (V) / Falso (F)

Hace tiempo que quería hacer esta entrada, pero ahora que me pongo, ya no me acuerdo bien de lo que quería decir. Poco importa, hay tanto en que pensar... (más bien memorizar porque lo que es entender... me parece a mí que no.)



Pocas cosas en esta vida son ciertas. Mentimos constantemente. De tantas formas como operaciones tiene Cher en la jeta.

¿Por qué?
Algunos mienten para salvar el pellejo o evitar broncas; otros dicen lo que se quiere oír; otros, viles farisaicos, disparan falacias directas a la diana (ésa que late, aclararé), etc, etc.

Hay muchas clases de mentiras... y llega un punto en que lo hacemos sin ser conscientes de que lo hacemos. Detalles falsos que dan una imagen errónea de nosotros.

Esta tarde habrá un chaval en Druni eligiendo un perfume, uno que huela a "hombre", uno que huela a lo que no huele él. Dicen que, en cada persona, la misma colonia huele distinto. ¿Y qué? Sigue sin ser tu olor. Olerás mejor que tú mismo, pero no olerás a ti.
No es que no me gusten los perfumes, pero los considero una mentira más.

Por la noche, todas nos maquillaremos para ofrecer una imagen que tampoco es nuestra. El maquillaje ensalza nuestra belleza, se dice: hace más profunda la mirada, más tentadores los labios, oculta imperfecciones... Apariencias.


Otras mentiras: máscaras de una permanente fiesta de disfraces.
Me refiero a actores que cumplen su papel sin que nadie sepa que lo son (o eso creen), a adoptar una actitud que no es la real, a ser quien no eres.
Cada actor tiene su razón: se ponen su sonriente máscara de extroversión para ligar, hacer amigos (que no estarán con el enmascarado por quién es, sino por quién dice ser)...; se escudan en un pasotismo aparentemente inexpugnable para evitar que les hagan daño...; se ponen la máscara de la mirada altiva, fingiendo una seguridad en sí mismos que no tienen...
Los que lo hacen bien obtienen una aceptación o éxito social que no merecen.

En fin.


Así pues, me doy cuenta de un pequeño detalle:

La verdad no vende.

viernes, 23 de mayo de 2008

Dimensión subterránea

Bajo unas escaleras. Le doy de comer a la máquina que, maldita, se deleita con el sabor del ticket sabiendo que tengo prisa. Lo escupe con un chirrido tras valiosos segundos (que una servidora decidió emplear en desesperarse: "que voy a perder el marítim jodeeerrrr"). Lo escupe, pero por la misma hendidura por la que lo había introducido. Pues no me da la gana esperar.

Salvado el obstáculo, bajo más escaleras (con una tía de las de la cabina gritando detrás mía, por haber pasado discretamente tras un gentil caballero). Me escondo, jadeando, junto a la máquina de Coca-Cola . Salvada, soy invisible, ¡ja!, estoy perfectamente camuflada: mi camisa, mi mochila y la máquina son del mismo color. Y espero con ansia la llegada de una de esas gigantescas latas rodantes para personas.




He llegado a la conclusión de que cuando bajamos al metro, se produce un pliegue espacio-temporal o alguna chorrada de éstas del universo. No nos habíamos percatado, pero el metro es una dimensión aparte.

Cuando bajas al metro, el tiempo se atrofia. Sufre un amorcillamiento o yo que sé qué hostias le pasa. Un minuto, que en la superficie de nuestro mundo pasa sin notarse; bajo tierra se alarga de tal manera que crees que alguien le ha dado al "Pause". Da la impresión de que formas parte de los cobayas con los que están probando una máquina del tiempo, y a ésta se le acaban de fundir los plomos .

Sí, ya lo sé: a menuda conclusión he llegado, pero es lo que pasa en el metro, que te da por pensar... (gilipolleces , cabe aclarar).


Claro, como no se tiene otra cosa mejor que hacer (mejor no hacer nada raro que los del experimento están observando), te da por mirar a la gente. Todos ahí parados, eeeheheheeee... perfectos para ser sometidos al vicky-escáner. Analizas a cada persona, y te das cuenta de que los roles se repiten.

Entre otros, destacan el guarro y las viejas.

En cada metro, siempre estará presente un guarro. El tío, pese a que el vagón está abarrotado, se encuentra de lo más ancho. Pensará: "mmm, mi eau de toilette Tengo-tanta-roña-encima-que-el-equipo-actimel-yace-en-paz funciona". Se levanta la camiseta y se rasca el ombligo sin percatarse de lo repulsivo que puede llegar a ser ese gesto . Sacude su frondosa melena al viento cual chucho mojado. Noto que se me ha metido algo en el ojo, me rasco, aparto el dedo y lo separo para ver qué era tan molesto proyectil. Un piojo me grita indignado, por haber sido echado tan inesperadamente de su lujoso adosado capilar.

Molesta por la injusta reprimenda del piojo, miro hacia otro lado.

Viejas (mujeres mayores si lo preferís, pero no lo uso en plan peyorativo). Por todas partes, y la gran mayoría (mi abuela no se merece que la meta en este saco) son exactamente iguales. Van en grupos grandes, para intimidar. Algunas deben creerse sioux en guerra a juzgar por sus pinturas. Acaba de parar el metro en Colón, pero la abuela-jefe-sioux ya va regruñendo que dejen paso que se tienen que bajar en Alameda.
- Bueno, tranquila, señora, ya nos apartaremos después, que aún no hemos llegado. - dice una mente sabia.
- ¡Hijo, déjanos pasar, que ya estamos mayores!- deben pensarse que lo de "somos mayores" es como si enseñaran un carnet del FBI y tuvieras que retroceder aterrorizado, sentirte culpable y traerles un sorbete, de paso, puestos a pedir...
- ¿No ve que no puedo moverme, señora? - la mente sabia intenta iluminar a la señora sin éxito.
¡Y ahí entra en juego el resto de viejillas!
- ¡Qué juventud ésta!- dice una.
- Ya no respetan nada!- la respalda la otra. Y todo el viajecito así, dándose la razón unas a otras con unas voces de una frecuencia impensable, hasta que finalmente se bajan del vagón entre empujones (se les escapa algún intento de capón a la mente sabia).


El metro no es aburrido, no, no, no.

Y no es cierto que tenga un efecto deprimente sobre los que lo usamos. La gente va seria, ¿y qué?, ¿es que cuando uno va solo por la calle, va descojonándose como si de una Heidi fumeta se tratase? Es mucho más normal sonreír, claro. Si fuésemos todos sonrientes sería mucho más tranquilizador, por supuesto. Todo lleno de gente que no se conoce de nada y que; sin embargo, sonríe histéricamente, de oreja a oreja, sin motivo alguno.
¡Eso da miedo, joder! Pareceríamos unos psicópatas! (Aún más)




El metro es un universo aparte.
Un universo intrincado del que seguiré hablando otro día (que mis dedos necesitan un descanso).









sábado, 10 de mayo de 2008

My weakness

Creo que no voy a comentar la foto. Temo que, si lo hago, me dé un arrebato incontrolable y la próxima vez que alguien me vea, en lugar de sinuosas curvas, lo que penetre en su pupila sea una masa amontonada pesadamente sobre sí misma: lo que vienen a ser las lorzas, vaya.

Lo dicho.

Me voy (a por un cachito de chocolate negro 77%)

viernes, 9 de mayo de 2008

Trabajando en esa madre

Día de lluvia, día de compras en Módulos, día de enmerdamiento de los pantalones de Cristina. Qué gracia... pero no voy a admitirlo en público, a quien me pregunte le diré que estoy creando una nueva tendencia, un degradado de color, aprovechando la naturaleza para darle caída a la tela.

Que los bajos estén penosamente raídos no es descuido, es darle clase a los pantalones, simulando un traje de noche, de esos de cola que arrastran.

Me siento incomprendida. Mis gráciles movimientos, inocentes saltos y correteos a lo Mary Poppins han sido interpretados como que casi me como un charco apestoso o que casi le saco un ojo con el paraguas a la señora del peluquero. Bah! No saben apreciar el verdadero arte...

Mi culo estaba enfadado conmigo por no haber ido a step, así que le transmití unas cordiales disculpas y, de paso, le mandé a la porra. Pero me sentía culpable y, para compensar, llevé a cuestas el poliestireno ese cual egipcio en pleno proceso piramidal. Menudos brazos se me han puesto, ¡ja! ¡Que se atreva el Little Sister a hacerme un pulso!



Logramos llegar a clase sin ninguna baja; bueno, sí...¿quién no estaba? Nuestra querida Pueees (en tono lastimero estridente). A las 10 aparece, ¿por qué no estaba a la hora? No se sabe, la tía no intentó justificarse ni siquiera. Ésa va por libre. Pero ¡eh! que yo la entiendo. Es más interesante ponerse a flirtear con el manitas ese que estar trabajar con nosotras.

De todas formas, todo sufrimiento post-remojo ha sido relegado a un segundo plano pooorrrque me dejé llevar por un placer inesperado...mmmm... qué gustito cortar el plástico con el cúter. Seeeh...

Mientras yo estaba ensimimada sintiendo la cuchilla deslizarse suavemente por la superficie, arrebatando tímidamente finas tiras, dos graciosillas consideraron que mi pelo necesitaba un poco de color y decidieron decorarlo ligeramente. Resultado final:


En fin... no lograron desconcentrarme: me quedó niquelao, todo hay que decirlo.


sábado, 3 de mayo de 2008

Chef cabreado = papas


Merodeando por los lares world-wide-webenses, me he topado con una página curiosa. En ésta se encuentra la historia de cosas cotidianas, como las papas. Delicioso manjar...¿¿Quién dijo que el néctar y la ambrosía eran manjar de dioses?!


Sin más preámbulos, os contaré el origen de tan dorado y frágil bocado.






Las patatas fritas, en su variante “chips”, se originaron en Nueva Inglaterra como una alternativa a la patata frita al estilo francés, y ello no fue resultado de un repentino chispazo de la inventiva culinaria, sino del arrebato de un chef que se sintió picado en su amor propio.



En 1853, el amerindio George Crum trabajaba como chef en el restaurante Moon Lake Lodge's. En el menú figuraban patatas fritas al estilo francés, preparadas por el propio Crum de acuerdo con las normas francesas que preconizaban cortadas con cierto grosor. Un huésped consideró que las patatas fritas de Crum eran demasiado gruesas para su gusto y las rechazó. Crum cortó entonces y frió otra remesa de patatas más finas, pero tampoco éstas merecieron la aprobación del cliente, en vista de lo cual, Crum, ya exasperado, decidió freír unas patatas demasiado finas y crujientes como para que pudiera pincharlas el tenedor.


El resultado fue sorprendente. El cliente se quedó pasmado ante aquellas patatas tostadas y delgadas como el papel, y otros comensales exigieron a Crum las mismas patatas, que a partir de entonces empezaron a figurar en el menú como especialidad de la casa. Poco después, se comenzó a venderlas empaquetadas, primero con carácter local y después a lo largo y lo ancho de Nueva Inglaterra. Con el tiempo, Crum inauguró su propio restaurante y bla bla bla. Vivió feliz para siempre y comió papas.


Es curioso, pero en la época colonial americana, los ingleses utilizaban mayormente las patatas como forraje para los cerdos y creían que el consumo de estos tubérculos acortaba la vida de las personas, pero no porque las patatas se frieran en grasa y se condimentaran con sal, hoy en día los grandes culpables de las afecciones cardíacas y de la hipertensión, sino porque se suponía que contenían un afrodisíaco que llevaba a toda clase de peligrosos excesos. Des/afortunadamente, las patatas no contienen ningún afrodisíaco, aunque haya quien las consuma con singular fruición.





Moraleja: Hay que tener mala leche para llegar lejos en este mundo. Así que ya sabéis, ¡hacedme enfadar, por favor!