Si cogía el metro iba a llegar tarde y ni siquiera sabía en qué aula era el examen, así que decidí sentirme importante unos durante unos 15 minutos dándole órdenes a mi chófer momentáneo.
Al bajar del taxi me sentí considerablemente más ligera. A mis espaldas, el billete de 10 euros que ya no me pertenecía golpeaba el cristal con desesperación: “No me abandoneees”. Le respondí agitando un pañuelo blanco (moqueado) y una mirada de “la vida es así”.
Me encaminé al que sería mi último examen antes del verano.
Cuál fue mi sorpresa cuando, junto al segundo profesor más pervertido que he conocido nunca, se encontraba el mismo Adonis en persona. ¡Bajado directo del Olimpo! A mis oídos llegó que se trataba del profesor de Expresión Gráfica de las tardes. ¡Maldita sea! ¡A buenas horas me entero!
Saqué mi material de dibujo: un escalímetro (no me había molestado en buscar mi regla), un compás (de largo como mi dedo meñique, tampoco me había molestado en buscar uno más decente) y un cartabón (la escuadra…puf, supongo que estaría por mis cajones).
Empezó el examen.
Sólo se oía el grafito garabateando y las reglas cambiando de posición. Y algo más. Como… como un goteo. Miré hacia abajo y vi mi A3 empapado de saliva. Me apresuré a limpiarlo. Quedó muy artístico: El alzado, planta y perfil ahora parecía una mancha de ésas que usan los psicoanalistas. Particularmente, yo veía una soberana mierda; sin embargo, guardaba la esperanza de que el Pinzón viese en la lámina un nuevo Picasso.
El goteo no cesaba, ¡pero si ya había cerrado la boca!
Levanté la vista. Todos se habían quedado con cara de alelaos (y cuando digo todos, es que incluyo también al género masculino). Todos contribuyendo a la creación de pequeñas cascadas y riachuelos salivales.
El chico se paseaba, inconsciente de las pasiones que estaba levantando entre tanta hormona suelta. Noté que se detenía cerca de mí - Spletch-spletch-spleeeetch -. ¿Qué hago para llamar su atención? Pensé en girarme y sonreírle de la manera más seductora (y de paso conseguir que no mirase la penosidad que tenía por examen). Me dispuse a contraer los músculos adecuados para esa sonrisa radiante (como la de la foto, sí), pero Adonis bloqueó mi mente y lo único que conseguí fue torcer torpe y patéticamente la boca.
No me extraña que siguiese con su paseo nada más verme…
Nadie se había percatado de la ausencia del Pinzón hasta que, cuando quedaba media hora para acabar el examen, entró en el aula con la gracia de un mamut reumático. Consecuencia: mi querido Adonis nos dejó a su merced. ¡Se fue! ¡Sin más! ¿¡Por quééé?! Me sentí como mi billete de 10 euros.
L La media hora transcurrió lenta y cansinamente. Tras estamparle mi neoPicasso al palurdo ese en la cara, salí con andares ligeros del aula (casi me la hostio con la saliva del suelo), mientras escuchaba – esperemos que por última vez- la repelente voz ebria del Pinzón:
- (Com es diu? Ah, sí: esmolaor) Deniu que esmolar els llapisoss per a fer els sírculs bé!! Però que ningú a sigut de la tuna, xe?