Hace tiempo escribí una entrada sobre lo maravillosas y supermegachupiguays que son las palabras. Sí, ahora va el “pero”.
Crees no escuchar nada, creemos conocer el silencio, ¡quieto ahí! Un leve (o no tan leve) murmullo invade nuestros tímpanos, que a fuerza de escucharlo a todas horas dejan de detectarlo. Vamos, lo mismo que cuando estás tan tranquilo en tu habitación, entra tu madre y cae redonda en el suelo: justo antes de desmayarse logrará soltar un susurro ininteligible que dirá: “aquí huele a humanidad”.
Parece ser que el homo sapiens sapiens ha desarrollado, no una facultad, sino una obligación por hablar.
Hablar del calor, del late night que no pudiste ver anoche, de lo mayor que está la hija del cuñado… No importa de qué, la cuestión es hablar.
Tenemos la obligación de tejer una malla verbal. Cada palabra se entrelaza con las del interlocutor. Y debes tejer. No importa el estampado que se crea: descolorido, resistente, multicolor… Si dejas de tejer, dejas un horrendo agujero en la tela. Nadie quiere una tela agujereada.
El torrente continuo de palabras me satura. Y lo mucho, cansa. ¿Es que el silencio no se va a poner de moda nunca?
viernes, 6 de marzo de 2009
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